Nicolò Martinenghi estuvo a punto de no convertirse en nadador.
Ha llegado a serlo porque el italiano hizo un pacto con un amigo de la infancia para que cada uno aprendiera el deporte que le gustaba al otro y así poder pasar más tiempo juntos.
Nicolò era aficionado al baloncesto, pero una vez que se metió en el agua, se olvidó de todo lo demás.
Ahora tiene dos medallas de bronce olímpicas y es el cuarto hombre más rápido en la historia de los 100 metros braza.
En una entrevista con malpensa24.it comentó: “Me llamó la atención el aspecto meritocrático: si jugaba mal en un partido, el equipo podía ganar de todos modos y todos estaban contentos, o podía hacerlo muy bien y a lo mejor perdíamos igualmente. En cambio, en la natación, solo es mi responsabilidad si lo hago bien o mal”.
El joven de 22 años regresó a Azzate tras las olimpiadas, en la región de Varese, al norte de Italia, donde recibió las llaves de su ciudad natal.
Allí se rindió homenaje a su primer entrenador, Franco de Franco, que murió días después de su bronce en braza en Tokio.
Nicolò dijo: “No fui yo quien eligió la braza, fue la braza la que me eligió a mí.
“Y fue Franco De Franco quien puso en marcha mi talento para esta disciplina”.
Nicolò se convirtió en el segundo italiano en ganar una medalla olímpica de braza.
Lo recuerda así: “Fue una emoción indescriptible. He trabajado seis años para 58 segundos: haber estado ahí al cien por cien, para un solo momento, cuando se necesitaba. Y experimenté la alegría de saber que en ese momento todos los sacrificios estaban siendo recompensados”.