Los tatuajes del brasileño Bruno Fratus marcan la ruta que, después de mucha perseverancia, le valió el bronce en Tokio 2020, su tercera final olímpica de los 50 m libres.
Los numerales romanos MMXII a la izquierda del corazón recuerdan aquél 2012 y el podio que se le escapó por dos centésimas en Londres. Justo debajo, el MMXVI de los juegos de Río, donde jugaba en casa y quedó sexto. Cinco años más tarde, en Japón, solo dos campeones olímpicos pudieron con él, el americano Caeleb Dressel y el francés Florent Manaudou.
Fueron años de lucha y constancia. Después de Londres, Bruno cambió de dieta y en 2014 se mudó a Auburn, en Alabama (EEUU), para entrenar con Brett Hawke. El mismo año se casó con la también olímpica Michelle Lenhart, su preparadora desde 2019. En la plataforma de salida en Tokio, Michele le dio un solo consejo: «disfruta la carrera». Dicho y hecho. Bruno dio lo mejor de sí y por fin subió al cajón.
«Los tatuajes representan el trabajo duro, el aguante y la perseverancia», dice el nadador, «los valores que te permiten hacer realidad los objetivos.» Bruno reserva sus mayores elogios para su esposa y su entrenador. «Tengo mucha suerte de contar con Michele siempre a mi lado, y también por el apoyo de Brett [Hawke]. Es un lujo poder entrenar con ellos».
A su regreso de Tokio, Bruno recibió las llaves de la ciudad en su Coral Springs adoptivo. Lo agradeció con estas palabras: «Como inmigrante que llegó al país cargado solo con sus esperanzas, sus sueños y su capacidad de trabajo, este momento es para mí la prueba de que el sueño americano existe».